Ya os he comentado más de una vez que me encantan las mariposas con sus bonitos colores y su hermoso vuelo, pero no me gusta nada su etapa anterior: la de oruga. Bueno, en realidad no es que me disgusten las orugas, muchas de ellas tienen vistosos colores y sus lentos movimientos son graciosos, lo que me disgusta de ellas es el efecto que tienen en mis geranios.
Normalmente en esta época del año suelen estar tan bonitos, llenos de flores rojas, que me da pena podarlos y suelo esperar a que lleguen los fríos para hacerlo, aunque mi madre lo haga mucho antes para que los esquejes recién plantados cojan fuerza antes de los primeros fríos. Pero este año, me he visto obligada a hacerlo muchos antes de lo acostumbrado, ya que me he debido de despistar y las orugas los han atacado con fuerza: estaban muy mal. Lo malo es que parece que las mariposas ponen los huevos en los brotes tiernos y las orugas suelen salir por ahí, por lo que los brotes quedan dañados y difícilmente aprovechables.
Mis pobre geranios han quedado reducidos a la mínima expresión. Ya veremos qué es lo que realmente se salva cuando vea si los esquejes han agarrado bien. Seguro que mi familia se alegra. A pesar de que a mí me gustan porque con poca dedicación son muy agradecidos y sus grandes flores alegran el alero de mi ventana, mi familia alega que huelen mal. Es verdad que tienen bastante olor pero a mí no me desagrada.
Seguiré luchando contra las orugas y mi familia para salvar mis pobres y agradecidos geranios.
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