No habrá muchos animales que despierten tanta aversión colectiva como lo hacen las arañas y las serpientes. Yo debo reconocer que de cerca les tengo muchísimo respeto, así que evitaré acercarme, pero vistas desde lejos, algunas de ellas pueden parecerme incluso hermosas.
En el caso de las serpientes o culebras, soy capaz de tocarlas si me aseguran que no son venenosas. De hecho, he tocado una pitón albina y es suave, su tacto es agradable. Pero me libraré muy mucho de acercarme a cualquiera de ellas que se me aparezca en el camino.
Incluso, tengo que estar muy segura para acercarme a un lución como este, un lagarto sin patas y nada peligroso que, a primera vista puede ser confundido con una culebra. Tiene un bonito color cobre.
Una víbora que nos encontramos cerca del delta del Ebro.
Para las arañas, mi sensación es diferente. Si las tengo a cierta distancia, puedo mirarlas, pero si se acercan me empiezan a dar escalofríos. No sé si es su tamaño unido al número de patas, sólo sé que si alguna vez he tenido que matar alguna dentro de casa, no me abandona la sensación de incomodidad hasta que ha desaparecido por el desagüe o hasta que está bien espachurrada en la bolsa de la basura. Pero, bueno, fuera de mi casa las puedo tolerar.
Esta tiene guardado el almuerzo.
Esta fabricó su tela durante la noche y por la mañana, tenía la ventana de mi cocina colonizada. Me limité a echar de mi casa a la araña hacendosa.
Y si son pequeñitas, me parecen incluso graciosas:
Estaba un día trabajando delante de la pantalla del ordenador y una arañita pequeña se deslizó descolgándose por un hilo de seda desde el techo hasta llegar a mi altura. La toqué y salió disparada hacia arriba. Al cabo de un rato volvió a bajar a unos 10 cm de distancia. Volví a repetir la operación y ya no la vi de nuevo.
Pero sé de muchos que no pueden verlas ni siquiera por televisión. Yo, ahí discrepo, es en los documentales donde pueden llegar a parecerme más bellas.
En el caso de las serpientes o culebras, soy capaz de tocarlas si me aseguran que no son venenosas. De hecho, he tocado una pitón albina y es suave, su tacto es agradable. Pero me libraré muy mucho de acercarme a cualquiera de ellas que se me aparezca en el camino.
Incluso, tengo que estar muy segura para acercarme a un lución como este, un lagarto sin patas y nada peligroso que, a primera vista puede ser confundido con una culebra. Tiene un bonito color cobre.
Una víbora que nos encontramos cerca del delta del Ebro.
Para las arañas, mi sensación es diferente. Si las tengo a cierta distancia, puedo mirarlas, pero si se acercan me empiezan a dar escalofríos. No sé si es su tamaño unido al número de patas, sólo sé que si alguna vez he tenido que matar alguna dentro de casa, no me abandona la sensación de incomodidad hasta que ha desaparecido por el desagüe o hasta que está bien espachurrada en la bolsa de la basura. Pero, bueno, fuera de mi casa las puedo tolerar.
Esta tiene guardado el almuerzo.
Esta fabricó su tela durante la noche y por la mañana, tenía la ventana de mi cocina colonizada. Me limité a echar de mi casa a la araña hacendosa.
Y si son pequeñitas, me parecen incluso graciosas:
Estaba un día trabajando delante de la pantalla del ordenador y una arañita pequeña se deslizó descolgándose por un hilo de seda desde el techo hasta llegar a mi altura. La toqué y salió disparada hacia arriba. Al cabo de un rato volvió a bajar a unos 10 cm de distancia. Volví a repetir la operación y ya no la vi de nuevo.
Pero sé de muchos que no pueden verlas ni siquiera por televisión. Yo, ahí discrepo, es en los documentales donde pueden llegar a parecerme más bellas.
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