miércoles, 27 de abril de 2016

Ver

Cuando voy a trabajar por la mañana, dependiendo del momento del año, el amanecer está muy cerca y suelo fijarme en la forma y color de las nubes, en cómo el cielo va cambiando de colorido y suelo señalarlo a los que van conmigo: “¡Mira qué bonito está el cielo!” O, a veces, la luna destaca sobre el cielo azul: “¡Mirad la luna!” Y me contestan: ¡Siempre estás mirando el cielo! Pero no es cierto del todo, porque si oigo pajarillos, intento localizarlos entre las ramas de los árboles y si veo flores me acerco a ellas para verlas en detalle. Digamos que intento admirar los momentos hermosos y fijarme en las cosas bonitas que nos ofrece el día a día.
Cuando paseo por la ciudad, voy mirando escaparates que me llaman la atención, las flores de los jardines, detalles que se me habían pasado desapercibidos y que de repente descubro como si acabaran de ponerlos ahí. A veces voy andando en zigzag persiguiendo todo aquello que capta mi atención y pienso que si me alguien me estuviera siguiendo se volvería loco…
Y cuando voy al monte con mi marido y mi cámara, mi marido sigue por el camino mientras yo me paro a sacar fotos a todo aquello que despierte mi interés y cuando veo a mi marido a lo lejos corro para alcanzarlo. Un poco más tarde volverá a suceder: él seguirá, yo me pararé y después echaré a correr…
Hay lugares en el mundo que quizá sean más interesantes que el mío y me gustaría visitarlos pero no olvido que cualquier lugar del mundo puede ser hermoso en un momento, sólo hay que intentar verlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario