viernes, 22 de agosto de 2014

Puzles y rompecabezas

Recuerdo la primera vez que vi un rompecabezas cuando era pequeña: fuimos a visitar a un vecinito que estaba enfermo y tenía uno. Montaba y desmontaba cada una de las 6 imágenes a tal velocidad que a mí me parecía magia. Después, cuando tuve un rompecabezas en mis manos, aprendí que a base de hacerlos se hace fácil (dependiendo del número de piezas y de la complejidad de los motivos) y ya no me parecía tan sorprendente la pericia de mi vecino.
Después tuve varios puzles pequeños y más tarde uno más grande. No recuerdo de cuántas piezas. Recuerdo que era un velero en una mar picada y el cielo, bastante monótono. Completé el velero, no sé cuántas veces, pero nunca pude terminar mi puzle. Como no tenía un sitio para dejarlo, al terminar el día había que recoger y nunca fui capaz de terminarlo en un día: el mar y el cielo eran muy complicados, todas las piezas se me hacían muy parecidas. Imagino que al cabo del tiempo, de tanto montar y desmontar, aunque tuviera cuidado de recoger todas las piezas, no habría sido capaz de completarlo porque faltarían piezas. Así que con este puzle, nunca tuve la satisfacción de verlo terminado.
Hace un par de años, compramos un puzle sobre una imagen de Victoria Frances (una imagen hermosa pero inquietante) y tenía miedo de que me pasara algo similar, así que tuve buen cuidado de dedicarle un sitio durante el tiempo que durase el montaje. Nos costó un tiempo porque tenía 1000 piezas y cuando lo íbamos a terminar: ¡faltaban 3! Menos mal que hoy en día, indicas las piezas que te faltan (con un límite de piezas) al fabricante (en este caso EDUCA) y te las envían con lo que pudimos terminarlo.

Debo reconocerlo: la sensación es muy buena, queda un sentimiento grande de satisfacción, aunque reste la pena de terminar el entretenimiento.

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