jueves, 26 de enero de 2017

Divulgación científica

Ya os he comentado que me gustan los temas de divulgación científica y de vez en cuando compro libros de ese tipo que llaman mi atención. A pesar de que suelo leer a gusto las revistas científicas, suelo tener serios problemas con los libros. ¿Qué ocurre? ¿Soy yo o es otra razón la que hace que no disfrute de la mayoría de esos libros?
Hay revistas con artículos amenos e interesantes. Parece que es relativamente fácil escribir un artículo y hacer que sea atractivo, pero escribir un libro entero, rellenar un mínimo de páginas para que parezca un libro… ¡eso ya es otro cantar!
Tengo un libro que se titula “Por qué los hombre no escuchan y las mujeres no entienden los mapas” de Allan y Barbara Pease que, remontándose a nuestro antepasados y al distinto uso que hacían del cerebro los hombres cazadores y las mujeres cuidadoras del hogar explica algunas de las diferencias de nuestros cerebros que hacen que hombres y mujeres, a veces, actuemos de manera diferente o no nos entendamos. El libro tiene unas 290 páginas y era bastante ameno pero sobraba la mitad. Evidentemente no había material pero 140 páginas les debían de parecer insuficientes, así que la mitad del libro no es más que darle vueltas y más vueltas a lo mismo.
Eduardo Punset es un divulgador científico español que, entre otras cosas, tenía un programa interesante y ameno en la televisión. Me compré un libro suyo titulado “El viaje al poder de la mente” que estaba estructurado en capítulos. Cada capítulo empezaba con un título pero cuando lo terminaba no era capaz de decir de qué hablaba el capítulo ni qué relación tenía con el título. Me sentía tremendamente frustrada y le comenté a mi amigo el fotógrafo lo que me ocurría. Se extrañó tanto cuando le conté que se me estaba haciendo tremendamente difícil de leer que le propuse que lo leyera él mismo. Tuvo que reconocer que era muy farragoso y no se entendía lo que quería transmitir.
Luego están los libros que se presentan como de divulgación y pretenden enganchar a todo el público cuando en realidad son para público especializado pero, claro, si se dirigieran bien tendrían muchísimas menos ventas. Si lo compras, salvo que pertenezcas a la minoría de público especializado, te sentirás estafado y con ganas de que te devuelvan el dinero. A este tipo pertenece el que os presenté hace poco “Viaje extraordinario al centro del cerebro” del Doctor Jean-Didier Vincent (ver unpocoydemas.blogspot.com/2017/01/libros-mal-promocionados.html).
Después están algunos libros de divulgación, autoayuda,… que, realmente, no aportan nada nuevo y al terminar piensas: “Todo eso ya lo sabía”. No sería tan grave si tú tienes cierto nivel de conocimientos y el libro estuviera escrito para personas con nivel más básico pero sería un problema si incluso a esas personas no les aporta. Si un libro no aporta, no tiene razón de ser.
Y por último están esos libros que agradeces haber leído: claros, amenos y que te enseñan. Podría citar “La crisis ninja” o “La hora de los sensatos” de Leopoldo Abadía, que explican de forma muy clara a qué se debió la crisis y qué se podría hacer para salir de ella. Otras muestras que ya os he presentado podrían ser “La Buena Suerte” de Álex Rovira Celma y Fernando Trías de Bes (ver http://unpocoydemas.blogspot.com.es/2014/02/la-buena-suerte.html?m=0) o “Salud total en 8 semanas” del Doctor Andrew Weil (ver http://unpocoydemas.blogspot.com.es/2014/06/salud-total-en-8-semanas.html?m=0).
Podría ser una idea que los libros tuvieran un marcador del nivel de conocimiento requerido al lector, por ejemplo: Básico, Medio, Avanzado, y que hubiera alguna manera de calibrar nuestros conocimientos para saber si ese libro está dirigido a nosotros o estamos fuera de rango. Poder determinarlo, tanto si es por encima como por debajo, podría minimizar la posibilidad de sentirnos frustrados (*) y disfrutaríamos más del hecho de comprar un libro de divulgación y leerlo.

(*) Aunque también podría hablaros de las excepciones, como este libro tan interesante “Mujeres que corren con los lobos” de Clarissa Pinkola Estés. Este ensayo desgrana bastantes cuentos clásicos, aunque no necesariamente conocidos, explicando de qué forma utilizaban antaño las madres estos cuentos para prevenir y advertir a sus hijas de los peligros del mundo. Esto era necesario porque se educaba a las hijas para ser sumisas y, de alguna forma, las madres tenían que enseñarles también aquello que no estaba bien y que no deberían aceptar. Claramente es para público especializado, sobre todo en psicología, y cuando lo leí me costó terminar sus más de 600 páginas. Algunas de sus explicaciones eran demasiado técnicas para mí pero creo que entendí, por ejemplo, por qué existía el cuento de “Barbazul”, un cuento que me horrorizó cuando lo leí para contárselo a mi hija mayor cuando era pequeña. Este libro, de nivel avanzado cuando yo no debería haber pasado del nivel medio, me hizo entender muchas nociones de psicología y un poco del funcionamiento del inconsciente. A pesar del esfuerzo que me supuso, nunca me arrepentí de haberlo leído.

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